Ese día hace poco más de un año Juárez nos recibió en calma,
el sol apenas se asomaba por la ventana del autobús y por las calles no había
gente, ni ruido, se habían suspendido todas las actividades laborales y
escolares para dar la bienvenida al papa Francisco.
En la central de Autobuses, se distinguían grupos de católicos
pero sobre todo las religiosas con sus hábitos negros.
Recuerdo que un taxista nos llevó al centro, el hombre nos
platicó que en tiempos violentos llegó a ver hasta tres ejecuciones o pasar
cerca de ellas, lo recuerdo contento por la visita del papa Francisco, decía
que por fin Ciudad Juárez recibiría a mucha gente que se había ido y que por lo
menos esta vez los otros, los turistas irían visitar al papa y no atraídos por
el morbo a los lugares donde se han encontrado los cuerpos de mujeres
asesinadas.
En nuestro primer día desayunamos rico en un café tradicional,
que luego se convertiría en nuestra oficina,
había tanto que escribir, la entrevista telefónica
de Norma Andrade, quien estaba exiliada en DF por los atentados que sufrió en
la lucha por hacer justicia a su hija asesinada en Ciudad Juárez y su
descontento por la visita de Francisco.
En el centro justo en la fuente de Tintán esperábamos con impaciencia
al señor José
Castillo, padre de Esmeralda Castillo desaparecida desde 2009. Antes de
su llegada nos dimos oportunidad de entrevistar a un grupo de mujeres trabajadoras
domesticas que por años sufrieron discriminación al estar como ilegales en los
EUA. Después Don José Castillo nos dio
un recorrido por las calles donde desparecieron decenas de mujeres en el centro
de Ciudad Juárez, su hija tenía apenas 14 años cuando despareció, y fue quizá
esa caminata de dolor observando las cruces negras sobre fondos rosas que no vería
el papa, la entrevista que más me gustó, recuerdo al hombre con la fotografía de
Esmeralda y se me enchina el cuero.
Fueron horas dedicadas a escribir y enviar, comer y
deambular por el centro entre calles llenas de peregrinos y prepararnos para un
enlace en Radio, y así esperar para llegar a con las personas que amablemente
nos darían cobijo en sus casas, éramos una especie de periodistas peregrinos
que no teníamos donde pasar la noche, y es que los hoteles habían subido casi
tres o cinco veces sus precios con la visita del Sumo Pontífice, no había
cuartos para esos días.
Un matrimonio católico de la Diócesis de Juárez nos recibió
en su casa, gracias a Carlos y Marcela pudimos realizar nuestra cobertura en los
días siguientes. Eran dos jóvenes de catedráticos, con un bebé y una nena
hermosa que fue nuestra principal anfitriona a la hora de cenar y desayunar. En los recorridos Carlos nos contaba el
desarrollo de Juárez, la violencia que
sufrieron pero sobre todo la esperanza que tenían…
El día de Francisco en Juárez fue un caos, rutas de
transporte saturadas y las pocas líneas de metrobus que llevaban a las vayas
por donde él pasaría estaban llenísimas, pudimos llegar a un muy buen punto,
caminamos kilómetros y kilómetros entre devotos que rezaban, danzaban y
ofrecían alimentos, aquello era una fiesta, hasta que por fin conseguimos la
foto de Francisco, se veía cansado, apenas
y sonreía, pero daba bendiciones desde el papamóvil que recorría a toda
velocidad por la avenida Tecnológico después de haber estado en el Cereso.
Los autobuses que transportaban diariamente a los trabajadores
de las maquiladoras sirvieron para llevar a los monaguillos, a los coros y a
miles de católicos a la misa que daría
Francisco en la Frontera. Como pudimos llegamos hasta lo que un día
fueron los antiguas terrenos de la feria de Juárez para escucharlo y claro
seguir haciendo la nota entre aquella multitud…
Pienso que por esos días Juárez fue otra ciudad, una diferente
a la que yo no conozco, se convirtió por horas en la más segura del mundo, y
creo que tuvo un poquito de esperanza.