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domingo, 26 de junio de 2016

"Mujeres del nopal; sacan fuerza de la adversidad".

LETICIA ESPINOZA
ZOCALO | SALTILLO
“No volveré, te lo juro por Dios que me mira, te lo digo, llorando de rabia. No volveré. No pararé, hasta ver que mi llanto ha formado, arroyo de olvido anegado, donde yo tu recuerdo ahogaré”, se escucha la voz de Toña, quien junto con hombres y mujeres de San Antonio del Jaral, en General Cepeda, han descubierto las bondades de una planta que, como ellos, puede llegar a resistir las condiciones adversas del desierto.

Sus raíces firmes poseen una capacidad sorprendente para absorber el agua que llegan a tener; sus cuerpos verdes, ovalados y espinosos son moldeados por el calor, y detrás de la capa áspera que los reviste, guardan la pulpa de la vida: se trata del nopal.
Por los huecos de un salón de block aún sin enjarrar y las ventanas sin telas mosquitera se escapan las voces y las risas de mujeres que combinan su juventud y experiencia para transformar las pencas del nopal en conservas.La vida de estas mujeres semeja a esta cactácea, uno de los pocos cultivos que se pueden adaptar a las difíciles condiciones de temporal del desierto coahuilense; mujeres y plantas soportan los fuertes calores, las lluvias, cansados trabajos, porque sus raíces se han enterrado en sus suelos.
De corazón fuerteAntonia tiene 63 años, nació en San Antonio del Jaral y el día que Dios lo decida ahí mismo piensa morir. Estudió hasta cuarto año de primaria porque en ese tiempo en el ejido no había escuela hasta sexto. Hace cinco años concluyó su educación primaria y después la secundaria, su desempeño la llevó en ser parte del equipo de personas que aplican los exámenes del INEA. 
“Nosotros íbamos al rancho a traer nopales, a veces caminábamos kilómetros y kilómetros, caminábamos en la loma para comerlo guisado, ahora lo tenemos aquí”, dice, mientras observa por la ventana el invernadero.
A casi 40 grados centígrados dentro de las paredes blancas del invernadero, entre los surcos de tierra crecen filas y filas de nopal, se trata de una variedad distinta a la que existe en la región de Coahuila, le llaman Mikey Mouse, el nopal de orejas de ratón, porque la planta madre tiene esta forma y lo que crece sobre ella es lo que se corta. 
Dos veces al mes cada quince días los hombres riegan el sembradío que nace a lo largo de mil 500 metros cuadrados, y aunque a veces el riego se complica porque se descompone la bomba del ejido y el agua no alcanza a subir, planean conseguir más recursos para construir una pila.
Y es que, cuando el riego no falla, y con temperaturas que ayudan a que el proceso de producción se acelere, en menos de un mes se generen pencas nuevas, listas para el consumo y transformación.
Cuenta Toña que cuando su padre falleció, ella se hizo cargo de su madre y de todo lo hacía él, sembrar, alimentar a las vacas, las gallinas y los marranos, y apenas le alcanza el tiempo para darle de comer a cuatro de los 13 nietos que cuida, para luego acudir al taller. ¿Esposo? no, no tiene, desde hace años.
“Pasaste a mi lado, con gran indiferencia. Tus ojos ni siquiera voltearon hacia mí. Te vi sin que me vieras, te hablé sí que me oyeras y toda mi amargura se ahogó, dentro de mí”, canta Toña como lo hacía Pedro Infante, para luego contar en voz bajita los malos recuerdos del hombre al que también le dedica las canciones de Paquita la del Barrio.
“Yo sentí que no me daba mi lugar, mi lugar como esposa y como mujer, yo no tenía libertad ni de hablar, vivía siempre maltratada y siempre sobajada y después de 25 años, aguanté bastante, eso porque me separaba y me juntaba, sino no lo hubiera aguantado, hasta que dije ‘¡ya las niñas están grandes!’, y era por eso que estaba con él.“Al principio fue difícil enfrentar la situación, simplemente con mi mamá, que me decía: ‘¿qué vas a hacer?’, y fui trabajando en restaurantes, a lavar y planchar donde me ocuparan y trabajando para mis cuatro hijas, pero apoyada por mi papá. Yo a mi mamá le decía ‘mejor sola que mal acompañada’. Ahorita me siento, muy orgullosa y muy emocionada, ya nomás que caiga el cinco a la bolsa”.
Sobre una servilleta que ella misma bordó, porque dice que ella sabe todo lo que una mujer debe saber, invita a comer las gorditas de masa de maíz combinadas con la pulpa verde del nopal.Una vez a la semana el taller recibe a Toña y sus compañeras que se ocupan de cortar las pencas de nopal, limpiarlas y luego las escaldan para quitarles un poco la baba, las cocen y las envasan en frascos esterilizados a vapor.
Para Toña estar en el taller representa una emoción muy grande, se siente realizada y cuando va al cuarto de la cocina donde han colocado los hornos, se imagina haciendo pan, otro de los productos que esperan poner a la venta, pues este año el proyecto, en el que han puesto su energía hombres y mujeres de San Antonio del Jaral, debe despuntar.
Al ritmo de las rancheras que canta Toña, las mujeres introducen con paciencia los cuadritos de nopalitos en los frascos preparados en salmuera y escabeche, dicen que no debe quedar una sola burbujita de aire pues esto puede provocar que el producto se eche a perder.
Todas recibieron capacitación y lo mismo saben elaborar las conservas en escabeche que la mermelada, inclusive hace 15 días acudieron a otros ranchos a capacitar a más mujeres para que aprovechen las bondades del nopal.
EN LA VARIEDAD...
Las mujeres del ejido han aprendido a cocinar los nopalitos en diversas formas, más allá de los platillos tradicionales con huevo o chile rojo que se comen en el norte, ahora los asa, o los sirve en ensaladas con cebolla, cilantro y tomate.Sobre una mesa, las mujeres sirvieron un rico menú, gorditas de masa de maíz con pulpa de nopal, preparadas con distintos guisos, pencas asadas rellenas de queso, ensalada verde en un molcajete y nopalitos cristalizados.
“No se lo comen, dicen que no les gusta y ni lo han probado, pero cuando uno lo prueba se enamora y más con todas esas propiedades, contra la diabetes y el colesterol”, comentan.Alrededor de la mesa todas hacen su labor, algunas ocupadas en el envasado, y el empaquetado al alto vacío para mostrar lo que han aprendido.
De una de las casas del ejido traen la corriente de energía eléctrica, pues a pesar de que hace meses firmaron el contrato de luz, la Comisión Federal de Electricidad no la ha instalado, un hecho que lamentan porque con luz podrían avanzar más rápido, pues hasta el momento la limpieza del nopal y el corte los hacen a mano.
“Tenemos una peladora, una desorilladora y la picadora para que el nopal salga en tiritas, lo malo es que nos hace falta la luz, tenemos el horno para hacer pan y empanadas, toda clase de pan que lleve mermelada, pero aún nos falta equipar la cocina”, explica Antonia Sifuentes, la otra Toña.
Y es que pensando en darle un valor agregado al nopalito se solicitó a la Conaza la construcción del taller en 2014, es ahí donde estas mujeres intervienen en el proceso de transformación de la planta como socias.
“Lo tradicional aquí era maíz, frijol y sorgo, en verano; en invierno no sembramos. Fue un cambio con el nopal porque la sequía duró cinco años, no producimos nada de la agricultura, esto con o sin ventas, pues comemos.  Antes ni comida ni ventas, hay comida gracias Dios, y ya estamos arrancando el taller, aquí los hombres y allá las mujeres como socias”, explica don Juan Manuel.
Juan Manuel Cárdenas Oropeza, coordinador del Proyecto de Nopal Verdura dice que la idea surgió por la necesidad de contar con un empleo en el ejido para beneficio de las familias que apenas sobrevivían de la ganadería y la agricultura a causa de la sequía.
En 2013 asesorados por el ingeniero Gilberto Rodríguez, solicitaron a la Comisión Nacional de Zonas Áridas (Conaza) recursos para el invernadero, la dependencia dio 75% y la comunidad 25% de inversión en trabajo.“Preparamos el terreno, luego se pusieron los macrotúneles, el plástico, plantamos el nopal y adicional a esto hicimos reforestación para pagar con mano de obra lo que nos correspondía de dinero”, recuerda Cárdenas Oropeza, que fungió como comisariado en una de las etapas más duras para el ejido.
“Nosotros se los regalamos para comer a las familias que viven aquí, no se los vendemos, se los regalamos. Se va 30% al autoconsumo, no le podemos negar la comida A nadie, cuando menos tenemos nopal para comer a quien lo necesite. El nopalito es muy bien vendido, porque es nutritivo y tienen sustancias medicinales, es un alimento económico y al alcance de todos los bolsillos”, dice Juan Manuel.
En San Antonio del Jaral, en General Cepeda, viven unas 120 familias, en total unos 600 habitantes, sin embargo, sólo un grupo de 20 personas como las Toñas y don Juan Manuel acordaron unirse al proyecto de nopal verdura para formar lo que ahora es una cooperativa.
Así, la sequía que azotó la Región Sureste hace cinco años hizo que los ejidatarios de San Antonio del Jaral, ubicado en el kilómetro 53 de la carretera libre a Torreón se convirtieran en productores de nopal verdura, este alimento fue su salvación y ahora mujeres como Antonia, que han quedado frente a sus tierras, sacan adelante la segunda etapa del proyecto transformando las pencas del nopal en conservas y productos que jamás pensaron hacer, y cada semana por las ventanas del salón se escucha el eco de una voz: “Cuando lejos te encuentres de mí, cuando quieras que esté yo contigo, no hallarás un recuerdo de mí, ni tendrás más amores conmigo. Te juro que no volveré, aunque me hagas pedazos la vida, si una vez con locura te amé hoy de mi alma estarás despedida”….

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domingo, 19 de junio de 2016

PAPÁ NOS HACES FALTA...

FAMILIA INCOMPLETA... PADRE DESAPARECIDO



LETICIA ESPINOZA
Zócalo | Saltillo

Alto, moreno, robusto, ojos rasgados, labios gruesos, bigote, y una una cicatriz en la comisura derecha producto de una caída que se hizo cuando era pequeño, así recuerda Juanita a su esposo José Juan Peña Espiricueta.

En diciembre cumplirá veinte años de casada con el hombre que desde hace cinco años se encuentra ausente, se enamoró de él porque veía cómo cuidaba a su madre cuando enfermaba, siempre fue así, lo que más le importaba era su familia.

Era un hombre de rutinas, trabajaba como supervisor en una empresa cercana a su domicilio, iba de seis de la mañana a dos de la tarde, otras veces de dos a nueve de la noche, y no tardaba más de cinco minutos en llegar a su casa:

“Exageraba yo si eran las dos quince y no llegaba, y le preguntaba ¿por qué hasta ahorita?, llegaba, comía, le gustaba la carne dorada con aguacate, el huevo con chile y los frijolitos con las de harina, las tortas de jamón… Luego se dormía, se levantaba y jugaban él y el niño, después a descansar para ir al otro día al trabajo”, dice mientras en su rostro triste se dibuja la única sonrisa que le pude ver a Juanita, Juana María Castillo Gallegos.

Con su hijo, José Juan jugaba al fútbol, lavan  la camioneta, o simplemente salían a caminar.  Los domingos de descanso, las sobras de sus tres hijos, Zulema, Juan y Ana se observaban tomados de la mano de su padre entre las arboledas de Arteaga, los juegos de la Ciudad Deportiva o en las aguas de la presa Palo Blanco, porque a él le gustaba el campo abierto, caminos que a Juanita ya no le dan ganas de recorrer pese al reclamo de sus hijos.
El día de la desaparición de José Juan, habían ido misa por la mañana, decidieron no salir porque en la tarde irían a un rosario.  Ese día hubo un pleito en su colonia, la Nazario Ortiz Garza, uno de los hermanos de Juanita llegó corriendo para refugiarse en su casa, lo venían persiguiendo varios hombres armados en una camioneta. No hubo despedidas, solo desconcierto e impotencia.

“Cuando salió mi esposo dijeron que él era al que andaban buscando y se lo llevaron, lo metieron a una camioneta y se lo llevaron, después de media hora también me di cuenta que se habían llevado a otro de mis hermanos Jesús Fernando, no al que andaban siguiendo, a él se lo llevaron de casa de mi mamá, primero lo detuvieron policías y los policías se lo dieron a esas personas, por la noche nos dimos cuenta que había una tercera persona desaparecida”, relata.

Ese día de marzo del 2012 dos familias se quedaron sin padres, como sucede en el 80 por ciento de los casos que buscan en el colectivo Fuerzas Unidas por Nuestros desaparecidos en Coahuila, padres que dejaron huérfanos a uno, dos o hasta tres hijos.

A raíz de la ausencia  de José Juan, Zulema, la mayor, se encerró en su propio mundo, empezó a tener problemas en segundo de secundaria y hace poco decidió irse de la casa.  A Juan en la escuela los niños lo agredían, le decían que su papá estaba muerto y otros que se había vuelto “malo”.

“Cuando mi niña sale de la escuela y ve que van por sus amigas sus papás, dice que le gustaría que su papá volviera, yo le digo que la vida sigue, que sí va regresar, que no hay más que esperar, que le eche ganas a la escuela, cuando a él se lo llevaron ella estaba en tercero de kinder, fue muy triste su graduación, porque estaba muy reciente todo, de marzo a julio, fue muy pesado porque veíamos a todas las familias completas sacándose la foto chiqueando a sus hijos, es un hueco muy grande”.

“Mi hija la chiquita cumple años el mismo día que él  y ella siempre dice -cumplí 9 años, mi papá tiene 39, cumplí 10 años mí papá tiene 40-este año va cumplir 11 años y dice -mi papá va cumplir 41-. Siempre lleva la cuenta de su años y los de él”, recuerda Juanita.

Ana, la pequeña que ha crecido añorando los brazos de su padre, cada 19 de julio le dice a Juanita que compre dos pasteles, uno para ella y otro para su papá, no vaya ser que vuelva y no tenga uno para él.

“Yo le digo -es un pastel para tu cumpleaños y el de tu papá- y dice que porque a lo mejor si en su cumpleaños viene su papá y el va querer su pastel- entonces le digo que si llega vamos a ir inmediatamente a comprarle uno”.
Ana pasará a sexto grado, Juan va a tercero de secundaria, y Zulema ya terminó la preparatoria, son cinco años de ausencias y espera:

“Regresa, te seguimos esperando, hemos tenido muchos eventos en los que tú no estás, mis hijos están creciendo y no estás aquí para verlos, quisiera que estuvieras aquí conmigo para que los vieras crecer, para que los motivaras a seguir adelante, en estas fechas y en tus cumpleaños te extrañamos más”, pronuncia Juanita,  por si acaso José Juan estuviera leyendo estas líneas.

Porque se acerca el día del padre y ella ha tenido que salir de casa para ser el sustento que un dia fue él, José Juan, con sus idas y sus vueltas a la empresa que tras meses de su desaparición lo liquidó, y ya no hubo quien la ayudara, ni siquiera su suegro porque luego de un año murió.

“Recién se llevaron a mi esposo tuvimos apoyo de mi suegro, de la familia, amigos, de la empresa a pesar de que desapareció me estuvieron dando su salario de marzo a septiembre, dijeron que ya no podían hacer más, lo dieron de baja y firmé en nombre de mi esposo, empecé a trabajar, yo estaba las 24 horas del día en casa, fue un cambio muy difícil, fue dejar a mis hijos solos, encargarlos con su abuela, con su tía, con su otra tía, dejarlos solos, porque su papá no estaba y yo tenía que trabajar”.

Ya no hay tiempo para comprar un pastel,  ir por los regalos de José Juan, no se los pueden dar, y en su casa desde hace cinco años no se escuchan las mañanitas el tercer domingo de junio: el día del padre.

“Recordarlo en días especiales, en el día del padre es cuando más los sentimos, es muy pesado ver familias completas que tienen a sus papás, toda la familia unida y que a nosotros el nos hace falta”.

en junio 19, 2016 No hay comentarios:
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