miércoles, 29 de agosto de 2018

Sólo quizá provienen de ahí...

Un día hace muchos años, en algún lugar llamado Castaños, tuve y conocí a mis abuelos, este nudo de células que soy, quizá mi nariz, mis ojos y mis locuras, solo quizás provienen de ahí...
Y debo contar sobre ella, que yo nunca sentí sus manos, nunca toqué su rostro, nunca supe como sonreía, mis hermanas me hicieron imaginarla, dicen que era la abuela mas buena, que le encantaba hacer mucha comida para todo el que llegaba, yo no conocí a la abuela, a la florecita, a la abuelita Lela, la vi en algunas fotografías, parecía una señora muy seria, pero creo que su mirada era la misma que reconocía en los ojos de mi madre... También tuve un abuelo con vitíligo, al que no le gustaban los gatos y usaba una hulera para pegarles, Don Toño, Don Antonio Méndez, un abuelo al que le encantaba la polaca y según cuentan también las mujeres, un abuelo que siempre leía periódicos viejos, era un abuelo alto y canoso, que llegaba a casa para almorzar huevos rancheros, un abuelo que según recuerdo no se quería morir..
A la abuela Chencha, Chenchita para algunos, la conocí poco, pero según me cuentan era la mamá grande, la matriarca, yo la veía con su cabello cano, ese que luchaba contra el cabello obscuro en su perfecta cebolla trenzada, con sus arrugas bien puestas y su bastón, yo era muy chiquita y me obligaban a darle siempre el beso de bienvenida. Recuerdo su funeral, le dije a mamá: -cárgame, pero cárgame parada-.
Y yo podría escribir una larga historia del abuelo Julio que se me perdió, pero hoy me conformaré con decirles que fue el abuelo que más amé..

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